Si observamos a nuestro alrededor y nos dedicamos a analizar nuestra relación con el resto de los animales podremos ver fácilmente que los animales que no pertenecen a la especie humana son comúnmente considerados recursos, medios para nuestro beneficio, materia prima de la que valernos, son nuestras propiedades. Ya sea en espectáculos, como entretenimiento, para la producción de prendas de vestir, en experimentos o para alimentarnos, la consideración de los animales como objetos provoca que cada segundo miles de animales mueran víctimas de una explotación legislada, sistemátizada e institucionalizada.
La raíz de todo ello, el verdadero problema que tienen los animales es la discriminación moral que sufren. Para los seres humanos los demás animales no son merecedores de consideración moral por el hecho de no pertenecer a nuestra especie y por su diferente aspecto, diferente color de piel y diferente grado de inteligencia. Este prejuicio es una actitud análoga al racismo o al sexismo. Analizándolo con objetividad nos daremos cuenta de que la discriminación especista es éticamente insostenible, al igual que lo son el racismo o el sexismo, puesto que no puede justificarse la privación de libertad, la violencia física y posterior sacrificio, basándonos simplemente en la pertenencia a un grupo diferente. Dicho criterio de discriminación es injusto.
De la misma forma, no pueden justificarse dichas actitudes por una superioridad intelectual, o por determinadas capacidades racionales, ya que ello justificaría que cualquier individuo que nos supere intelectualmente tuviera derecho a decidir sobre nuestra vida, nuestra integridad física y nuestra libertad. O que igualmente cualquier humano psíquicamente disminuido podría ser tratado como un objeto de consumo, por estar mermado de capacidad racional (bebés, enfermos de Alzheimer, etc.). Lo cierto es que no desproveemos del derecho a la vida y a la integridad física a dichos individuos humanos con inferior nivel de inteligencia y eso nos demuestra que, en realidad, por mucho que intentemos remarcar la superioridad humana, la explotación animal tiene lugar por otras razones: por la no pertenencia a nuestra especie y por los beneficios que esta situación nos aporta.
Por tanto, si es injusto discriminar en función de la pertenencia o no a un grupo (ya sea especie, raza, género, clase social…), y también es injusto discriminar en función de las capacidades intelectuales y racionales ¿qué justificación encontramos para la muerte de más de 3.000 animales cada segundo en todo el mundo? Nuestros compañeros de planeta viven diariamente un auténtico infierno, encerrados de por vida y hacinados en las jaulas de los criaderos, granjas intensivas, circos y zoológicos. Son literalmente despedazados, electrocutados, mutilados, degollados y asfixiados, en lugares como plazas de toros, laboratorios y mataderos, en condiciones de sufrimiento inimaginables para nosotros. Esta es la realidad de nuestra relación con el 99% de los miembros de otras especies animales.
Muchas personas intentan buscar una justificación fundamentada en que se ha hecho siempre, es lo tradicional, lo natural… pero el hecho de que algo sea tradicional y se venga haciendo desde hace cientos o miles de años, no otorga justificación moral. Si muchas personas en la historia no se hubieran propuesto cambiar determinadas costumbres percibidas tiempo atrás como naturales y tradicionales, éstas seguirían existiendo en nuestro entorno (es innecesario poner ejemplos).
Tampoco el hecho de que unos animales no respeten los derechos de otros, justificaría que lo hagamos nosotros, por el mismo motivo que no justificaríamos esclavizar niños simplemente porque lo hagan otros humanos. Los animales no tienen un código ético, no son agentes morales. La mayoría de los seres humanos en cambio sí somos agentes morales, plenamente responsables de nuestros actos y nuestras decisiones. Las especies animales tienen muchas características que las diferencian entre sí, y nosotros deberíamos demostrarlo haciendo uso de una de las principales diferencias: la capacidad moral.
Es habitual el argumento de que los humanos y los animales no son comparables. Incluso muchas personas se escandalizan porque entienden que se trata de equiparar atributos y características de los animales con los de los seres humanos. Evidentemente entre los humanos y el resto de los animales existen muchas diferencias, y nadie trata de cambiar esto. El humano es más racional, el elefante más fuerte y el caballo es más rápido. En realidad esto no es importante, ya que cuando hablamos de sufrimiento de lo que se trata es de si somos capaces de sufrir, resultando irrelevantes otros atributos y características como que sepamos leer, resolver problemas, o conocer idiomas.
Sin embargo la capacidad de sentir sí es un atributo que compartimos los animales y los humanos. Tanto unos como otros, poseemos un sistema nervioso capaz de recoger los estímulos del dolor, y un cerebro que recibe e interpreta dichas señales nerviosas como indeseables, extremadamente desagradables y causantes de sufrimiento. Al someter a una persona a una cura médica, se le anestesia la zona herida con el objetivo de eliminar temporalmente su capacidad de sufrir, no se eliminan sus capacidades racionales.
Lo relevante para ser moralmente considerable, y por lo tanto merecer la posesión de derechos, es la capacidad de sufrir o disfrutar. Y esa capacidad la tenemos la inmensa mayoría de los animales y únicamente los animales (la ciencia demuestra que los vegetales no). De la misma forma, podemos comprobar cómo los animales buscan las situaciones que les son placenteras, lo cual nos lleva a comprender que tienen interés en vivir para disfrutar de esas experiencias y que no sólo de trata de evitarles sufrir, sino de permitirles disfrutar de una vida que les pertenece, y relacionarse con normalidad con otros miembros de su especie, poder disfrutar del sol, correr por la hierba, desarrollar sus instintos de rango social y de territorio…
La simple observación del comportamiento animal nos demuestra que intentan escapar del dolor y de cualquier encierro, e intentan conservar su vida. Por tanto, los animales claramente tienen interés en no sufrir, en ser libres y en conservar su vida, en consecuencia sus derechos deben responder a esos intereses.
Este contexto de discriminación moral que estamos describiendo, se nos ha ido inculcando desde pequeños y se encuentra tan arraigado en nuestra sociedad y en nuestra vida cotidiana que resulta muy difícil cuestionarla. Se nos ha enseñado que si no son humanos, aunque les causemos daño no estamos haciendo nada malo, ni somos injustos. Pero... ¿Esto es cierto? ¿Causar sufrimiento no es injusto?
Lo realmente importante es que los animales desean seguir viviendo, no desean ser agredidos, y desean vivir en libertad, no enjaulados. Por tanto cualquier forma de utilización de éstos para nuestro beneficio, ya sea económico o gustativo, es una injusticia.
Hay una cuestión clave: si, por un lado, el uso de animales supone, como bien sabemos, la muerte, el terrible sufrimiento y la esclavitud de seres inocentes; y por otro lado, el ser humano dispone claramente de la opción de no utilizarlos, pudiendo escoger otras formas de consumo, debemos ser sinceros con nosotros mismos y preguntarnos: ¿realmente qué es lo que nos puede llevar a escoger, de entre las dos opciones, la que implica privación de libertad, dolor y muerte?
Sólo hay una respuesta posible: el placer, la satisfacción de nuestro paladar y los beneficios que nos reporta estar en esa situación de poder y dominio. Pero... ¿es esta elección justa? No, si consideramos que el ser humano no necesita en absoluto de los productos animales para llevar una vida plena y feliz. Y esto lo demuestran los millones de personas en todo el mundo que ya han escogido una forma de consumo responsable y ética con los miembros de otras especies. Tan fácil como una simple elección.
Hemos de cuestionar nuestro propio comportamiento y plantearnos las terribles consecuencias que para los animales tiene, el empeñarnos en no renunciar a los privilegios de los que los humanos nos hemos apropiado. Al final no es difícil darse cuenta de que toda esta situación es cultural, nos la hemos encontrado así al nacer, no lo hemos decidido nosotros, y continúa por inercia. La historia nos demuestra que es necesario cuestionar nuestras costumbres, por muy arraigadas y tradicionales que sean si queremos acabar con la injusticia y contribuir a la evolución humana hacia un mundo habitable y justo.
La defensa de los animales no es una causa justa más que algún día será solucionada, nuestros actos cotidianos tienen repercusión hoy en sus vidas y esto es muy importante. Supone en la práctica una gran diferencia con otros tipos de situaciones injustas en el mundo: la solución no depende de mafias, narcotraficantes, multinacionales, políticos, sequías, el clima o la industria. En este caso el cambio está en nuestras manos. Por cada persona que dé pasos en este sentido, es decir que deje de considerar a los animales como recursos o como propiedades y deje de consumirlos, se irá reduciendo el volumen de individuos víctimas del ser humano. Esto es lo eficaz, lo real y lo inmediato. Por eso se ha de trabajar duro: concienciar, educar y cambiar de mentalidad a la sociedad para que vayan abandonándose los hábitos de consumo discriminatorios. No podemos obligar a las personas a que cambien sus hábitos, ya que socialmente están tolerados y la legislación los permite. En este momento histórico, sólo nos queda tratar de comunicar con las personas para que abran sus ojos y sean ellas mismas quienes decidan cambiar.
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