Si observamos a nuestro alrededor y nos dedicamos a analizar nuestra relación con el resto de los animales podremos ver fácilmente que los animales que no pertenecen a la especie humana son comúnmente considerados recursos, medios para nuestro beneficio, materia prima de la que valernos, son nuestras propiedades.
Ya sea en espectáculos para nuestro entretenimiento, para la producción de prendas de vestir, en experimentos o para alimentarnos, la consideración de los animales como objetos provoca que cada segundo miles de animales mueran víctimas de una explotación sistemática e institucionalizada. Por tanto, si nos preguntáramos cuál es el problema de los animales, podríamos afirmar que no se trata de una cuestión de unos enemigos de los animales que provocan la situación por su especial crueldad y sadismo, sino que es toda la sociedad en su conjunto la que participa en su explotación y la promueve con sus hábitos de consumo.
Como sabemos, hay numerosas organizaciones en el mundo cuyo objetivo es defender a los animales no humanos, sin embargo, la estrategia más común de la inmensa mayoría de ellas es afrontar la situación como si se tratara de un problema de maltrato por parte de personas malvadas. En realidad el maltrato no es más que una consecuencia del mencionado problema. La raíz, el verdadero problema que tienen los animales es la discriminación moral y la infravaloración de sus intereses que sufren por el mero hecho de no pertenecer a nuestra especie, es decir, por tener diferente aspecto, diferente color de piel y tener diferente grado de inteligencia. Este prejuicio por pertenecer a un grupo diferente se denomina especismo y es una actitud análoga al racismo o al sexismo...
Nosotros estamos convencidos de que el especismo es éticamente insostenible, al igual que lo son el racismo o el sexismo. No puede justificarse la privación de libertad, las agresiones y arrebatar vidas basándose en la pertenencia a un grupo diferente. De la misma forma que no pueden justificarse dichas actitudes por una superioridad intelectual, o por determinadas capacidades racionales, ya que ello justificaría que cualquier individuo que nos supere intelectualmente tendría derecho a decidir sobre nuestra vida, nuestra integridad física y nuestra libertad. O que cualquier humano psíquicamente disminuido podría ser tratado como un objeto de consumo.
Lo relevante para ser moralmente considerable, y por lo tanto merecer la posesión de derechos, es la capacidad de sufrir y disfrutar. Y esa capacidad la tenemos todos los animales y únicamente los animales. De la misma forma, podemos comprobar cómo los animales buscan las situaciones que les son placenteras, lo cual nos lleva a comprender que tienen interés en vivir para disfrutar de estas vivencias y que no sólo de trata de evitarles sufrir, sino de permitirles disfrutar de una vida que les pertenece.
Cuando hablamos de derechos para los animales, estamos hablando de los derechos más básicos como son el derecho a la vida, a la libertad y a no ser agredidos.
Este contexto de discriminación se nos ha ido inculcando desde pequeños y se encuentra tan arraigado en nuestra sociedad y en nuestra vida cotidiana que resulta muy difícil cuestionarla. Se nos ha enseñado que si no son humanos, aunque les causemos daño no estamos haciendo nada malo, ni somos injustos. Pero... ¿Esto es cierto? ¿Causar sufrimiento no es injusto? Lo realmente importante es que los animales desean seguir viviendo, no desean ser agredidos, y desean vivir en libertad, no enjaulados. Y mientras los animales seamos capaces de sentir (disponemos de un sistema nervioso y un cerebro que nos dota de tal facultad) podemos experimentar sensaciones, como el sufrimiento, el bienestar, la angustia, el miedo... Por tanto cualquier forma de explotación animal es una injusticia ya que se vulneran los intereses de los animales y es una forma más de dominación.
La reflexión que intento plantear es la siguiente: si una persona es consciente de la injusticia que supone la explotación animal y tiene intención de ayudarles, ha de saber que el primer paso para defender a los animales es dejar de agredirles, es decir, negarse a participar en su explotación consumiendo productos obtenidos de ella. Este es el primer paso lógico para defenderlos. Hemos de plantearnos las terribles consecuencias que para los animales tienen el egoísmo, el autoritarismo y la dominación por parte de la especie humana, las consecuencias de negarnos a renunciar a los privilegios que los humanos nos hemos apropiado a costa de los animales.
Hay una cuestión clave: si podemos escoger nuestra forma de consumo... ¿por qué elegir una forma que implica privación de libertad, dolor y muerte? La respuesta es obvia: por el placer, por la satisfacción de nuestro paladar y por las ventajas que nos reporta estar en esa situación de poder y dominio. Pero... ¿Es esto justo? No, si consideramos que el ser humano no necesita en absoluto de los productos animales para llevar una vida plena y feliz. Por cada persona que pasos en este sentido, es decir que deje de considerar a los animales como recursos o como propiedades y deje de consumirlos, se irá reduciendo el grupo explotador. Esto es lo eficaz, lo real y lo inmediato. Por eso hemos de concienciar, educar y cambiar de mentalidad a la sociedad para que vayan abandonando los hábitos de consumo especistas. Es lo único que podemos hacer por ellos.
La Liberación Animal no es una causa justa más que algún día será solucionada, nuestros actos cotidianos tienen repercusión hoy en sus vidas y esto es lo más importante y lo que puede marcar la diferencia para los animales. Lo importante es lo que hagamos hoy a la hora de comer o de vestirnos cada uno/a de nosotros/as.
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